Claus olvidara que éramos italianos y de cualquier modo nos
visitara sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así recibiría
el doble de todo!
¿Por
qué sucede que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la noche
anterior, nunca resulta difícil despertar y levantarnos? Así ocurrió esa mañana
en particular. Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros
movimientos, para que todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la
cocina y el tendedero donde estaban colgadas nuestras medias y debajo de éstas
se encontraban nuestros brillantes zapatos recién lustrados.
Todo
estaba tal como lo habíamos dejado la noche anterior. Excepto que las medias y
los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos regales del Ángel de
la Navidad... es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes,
estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también estaban
vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de durazno
. Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros de mi
hermano y mis hermanas. Todos nos detuvimos paralizados. Todos los ojos se
dirigieron hacia mamá y papá y luego regresaron a mí.
- Ah,
lo sabía – dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le va nada. El Ángel sólo
nos deja lo que merecemos.
Mis
ojos se llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para
consolarme, pero las rechacé con furia.
- Ni
quería esos regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido Ángel. Ya no
hay ningún Ángel de la Navidad.
Me dejé
caer en los brazos de mamá. Ella era una mujer voluminosa y su regazo me había
salvado de la desesperación y de la soledad en muchas ocasiones. Noté que ella
también lloraba mientras me consolaba. También papá. Los sollozos de mis
hermanas y los lloriqueo de mi hermano llenaron el silencio de la mañana.
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