jueves, 22 de diciembre de 2016

El cocinero de Nochebuena


El cocinero de Nochebuena

Ésta es la historia de un cocinero que debía preparar una sabrosa cena de Nochebuena. Había trabajado tanto durante los meses precedentes que se vio abandonado por la inspiración, precisamente en la época más importante del año. Pasaba el día pensando e ideando menús navideños, sin que ninguno de ellos lograra satisfacerle. Así llegó la víspera de Navidad y él seguía huérfano de ideas.

Tan cansado estaba que le pudo el sueño y se quedó dormido sobre la mesa de la cocina, rodeado de libros y cuadernos de recetas. Se vio convertido en un orondo Papá Noel con su abultado saco al hombro, y viajando a bordo de un bello trineo que se deslizaba silencioso por la nieve al son de un dulce tintineo de campanillas. Desconocía el lugar al que se dirigía, pero intuía que el trineo conocía su destino. Porque debo decir que el vehículo que le transportaba no era tirado por ciervos ni por renos, sino que únicamente se desplazaba guiado por una fuerza invisible.

Una vez finalizado el viaje, el trineo se detuvo ante una rústica casita en el bosque, de cuya chimenea escapaba un inmaculado y cálido humo blanco. Llamó a la puerta y ésta se abrió al instante, sin que nadie apareciera tras ella. Entró en la casa y halló un bello salón decorado con toques navideños que provocó en él una profunda y hogareña sensación. Un pequeño abeto le hacía guiños junto a la chimenea encendida, cuyos troncos crepitaban e iluminaban la estancia con sus llamas, y de la que colgaban unos calcetines de bellos colores, esperando ser llenados de regalos. En el centro de la estancia, una acogedora mesa, bellamente dispuesta y con las velas encendidas, esperaba ser cubierta de manjares. No había nadie a su alrededor, y sin embargo se sentía acompañado por presencias invisibles que él percibía, aún sin verlas. Depositó el saco en el suelo y se dispuso a abrirlo. Desconocía lo que podía albergar y por un momento sintió que su corazón latía con más fuerza. Se sentó en una mullida butaca junto a la chimenea y con manos temblorosas empezó a extraer el contenido.

Lo primero que apareció fue una bella sopera con una reconfortante Sopa de Crema, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados de su pechuga. Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de aromas empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido Queso Camembert hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua. Hundió la nariz en él y lo depositó sobre la mesa. Su tercer hallazgo fue una Pierna de Cerdo rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un sin fin de guarniciones, a cual más apetitosas: cremoso puré de patata aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de ensueño! Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta para los postres y allí colocó un crujiente Strudel de Manzana y nueces y una espectacular Anguila de Mazapán, una dulcera de cristal que albergaba una deliciosa Compota de Navidad al Oporto y un insólito Helado de Polvorones. Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se sentía embargado por la emoción. El menú tocaba a su fin y comprendió que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que había traído en su saco. Pensó que los manjares se enfriarían si no lo hacía pronto, pero comprendió que el calor, material y espiritual, que invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de mantenerlos a la temperatura adecuada.
Como toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las delicias de los niños... y de los menos niños. Le despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Navidad Pastor

Pastor
 Quiero ser pastor del Belén de tu casa
 Para que me veas
Cuando a mi lado pasas
Quiero ser el¿ recuerdas?
De tantas navidades guardadas
De cuantas cosas pequeñas
En   las casas pasaban
Cuantos villancicos  las abuelas cantaban
Y al son de las panderetas  los demás bailaban
Yo solo  soy un recuerdo  de una historia lejana
 Que en una navidad  a un niño adoraba
No era yo solo el que lo agasajaba
 Eran tantos pastores  reyes y proscritos
Que aquel lugar llegaban
Y un niño recién nacido 
Los Ángeles le cantaban
 Yo  no quiero  olvidarlo
En esta mi nueva casa
Por eso  quiero felicitar las fiestas
 Y nunca olvidarlas
 Que sean de paz y amor
Con turrón y pasas
Que cantemos villancicos
Con alegría en la cara
El rey del cielo  a nacido  aleluya
Que bendiga nuestra casa

 Feliz navidad , para todos.
 zufilea 2016

viernes, 16 de diciembre de 2016

El árbol de navidad

El árbol de navidad


Lía miraba el árbol anonadada. Siempre le habían gustado los abetos pero nunca se había parado tan cerca de uno. Estaba feliz porque finalmente su padre se había decidido a sembrar uno en el jardín. El árbol extendía sus brazos como queriendo abrazar el mundo y ella sentía que a su lado siempre podría estar a salvo, y soñaba con que crecerían juntos y serían amigos para siempre.
Una tarde cuando Lía regresó del colegio el árbol había sido talado. Junto al hogar del salón se hallaba un trozo de él, su verde copa enterrada en un cajón de madera y llena de adornos y luces. Su padre la recibió con una gran sonrisa y le dijo. ‘Este año tendremos el mejor árbol de navidad del lugar, hijita’. Lía salió corriendo y se encerró en su habitación.
Durante días su padre intentó comprender qué le ocurría; ella no sabía cómo expresarlo. Finalmente le dijo que no le gustaba cómo se veía con las luces, que lo prefería en el jardín, con sus ramas llenas de pajaritos. Su padre le dijo que los abetos se compraban para ser talados en navidad y armar el árbol pero Lía que era una niña muy inteligente le respondió que le daba igual lo que él y el mundo pensara que ella sabía que los abetos eran criaturas maravillosas y que no era justo que se las considerara meros objetos navideños.
La tristeza de la niña se calmó cuando unos meses más tarde comprobó que el tronco talado tenía nuevos y verdes brotes. Durante un largo tiempo estuvo mimándolo y ocupándose de que las hormigas no lo convirtieran en su sustento para el invierno. Llegó nuevamente la navidad y el abeto estaba rebosante de vida. Esta vez Lía se movió más deprisa que su padre y llevó los adornos y las luces al jardín. Cuando su padre vio lo que su hija había hecho: un precioso árbol vivo y navideño, se sintió orgulloso de ella y le prometió que nunca más talaría el abeto.
A partir de ese año, el árbol fue el gran protagonista de las navidades familiares; en torno a él bailaban y cantaban todos los humanos, uniéndose al coro de pajaritos y lombrices que vivían en su enorme copa.

sábado, 10 de diciembre de 2016

El patito feo yZalu

El Patito Feo y Zalu


Conocía esa historia desde hacia mucho tiempo, y ya no creía en ella. Le parecía inverosímil que un cisne pudiera ser considerado feo en cualquier lugar. Además, estaba convencida de que la historia del patito feo solo servía para reforzar el paradigma de belleza que había en el mundo.
Con sus diez años, Zalu ya sabía bastante más de la vida de lo que se esperaba de ella. Sabía que no era un cisne, aunque en sus sueños a veces se graficara de ese modo. Tampoco era un pato, pero sabía exactamente cómo se sentía el protagonista de ese cuento, podía percibirlo cada día de su vida. Entendía al patito, pero, sobre todo, envidiaba su suerte: sabía que a ella no le crecerían alas blancas y cabeza negra y seguiría siempre dentro de un gallinero en el que no solo no destacaría sino que sería señalada como la mancha menos apreciada del tigre.
Todo cambió una mañana cualquiera. Zalu salió de su casa rumbo al colegio, con tiempo porque sabía que no estaba bien llegar tarde. En la esquina de su casa unos ojos pardos se posaron sobre los suyos y le exigieron atención. Era un enorme perro con más cruzas encima que variedades de sal tiene el océano. A ella nunca le habían gustado los perros; en realidad su padre le había dicho que era mejor no acercarse a ellos si no los conocía porque podían morderla o pegarle enfermedades. Siguiendo sus consejos, se alejó de esa mirada suplicante.
Después de andar doscientos metros volvió la vista atrás: esos ojillos la seguían a unos diez pasos de distancia, temerosos y angustiados. Entonces, movida por un impulso superior a sus fuerzas, ella rompió todas sus barreras y los temores, y se acercó a él. Se agachó, le extendió la mano y se dispuso a conocerlo. Después de darle una cuantiosa cuota de mimos prosiguió su camino, pero volvió a comprobar que el perro no se separaba de ella. Así que, nuevamente, tuvo que prescindir de todos esos principios y valores que su padre le había inculcado y faltó a clase para comprender qué debía hacer con el asustado animalito.
Esa noche su padre estuvo gritándole un buen rato, intentando hacerla entrar en razones de que “ese bicho” no podía quedarse en la casa. No obstante, la respuesta cortante de Zalu lo dejó perplejo:
—Si se va él, me voy yo, tú decides.
Su padre no creía que fuera capaz de hacerlo así que le dijo que si era la condición, debían irse los dos.
Esa noche, Zalu y Todo, como dio en llamar al perrito, anduvieron deambulando por la ciudad hasta cobijarse en una cabina telefónica donde apenas entraban. Harta de llorar y de lamentarse, Zalu se acurrucó junto a Todo y se durmió. A mitad de la noche, la figura de su padre se asomó por la puerta vidriera. Ella abrió los ojos y le escuchó decir:
—Tú ganas.
Desde ese día Todo se quedó a vivir con ellos y Zalu fue una niña nueva. Supo que aunque nunca le nacieran alas ni un fabuloso pico negro, y que aunque ningún humano la mirara jamás con admiración, Todo sí lo hacía. Y eso fue suficiente para ella.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad

El zapatero
,Había una vez un zapatero muy pobre, muy pobre, que trabajaba día y noche para sacar adelante su hogar. Su mujer no tenía trabajo y no tenían hijos. El zapatero cada vez vendía menos zapatos. Era Navidad, y hacía frío, y se quedó sin dinero para comprar un poco de cuero y seguir trabajando. 
- 'Este es mi último par de tiras de piel - le dijo apenado a su mujer- Mañana terminaré mi último par de zapatos. Si no los vendo bien, no tendré dinero para comprar más cuero'.
El zapatero se fue a dormir. Pero esa noche ocurrió algo increíble. En cuanto el reloj dio las 12 campanadas, dos pequeños duendes aparecieron como por arte de magia en la casa del zapatero. Estaban desnudos, y tenía frío. Vieron las tiras de piel sobre la mesa, pero en vez de usarlas para abrigarse, comenzaron a coser unos zapatos para el zapatero. Sus manos eran pequeñas y las puntadas muy finas. Consiguieron terminar los zapatos más perfectos que jamás había hecho nadie. 
Cuando el zapatero se despertó, vio el par de zapatos sobre la mesa. No podía creer lo que veía. Llamó a su mujer y le mostró el milagro. Eran los zapatos más perfectos y elegantes que había visto nunca. Nada más ponerlos en el escaparate, entró un hombre y los compró por muy buen precio. Gracias a ese dinero, el zapatero pudo comprar más cuero para hacer más zapatos. Y esa noche, se repitió la historia. Los duendes aparecieron a las 12 en punto y volvieron a coser, en este caso, dos pares de zapatos. 
Y así pasó un día, y otro y otro más. Sus zapatos eran los mejores, y el zapatero se hizo muy pronto con un grupo de clientes ricos y agradecidos que admiraban su trabajo. 
Pero el zapatero quería saber qué pasaba cada noche. Su curiosidad le hizo esperar un día escondido tras un sillón. Entonces, lo vio todo. A las 12, una vez más, aparecieron los duendes, desnudos y muertos de frío. El zapatero les miró con asombro y se entristeció. Al día siguiente, se lo contó a su mujer y entre los dos decidieron preparar ropa y unos zapatos diminutos para ellos. Era Nochebuena. Los dejaron sobre la mesa y se fueron a dormir. 
Los duendecillos aparecieron a las 12 como cada noche, y descubrieron emocionados la zopa y los zapatos. 
- ¡Será para nosotros!- dijeron.
Se pusieron con rapidez la ropa. Se calzaron los zapatos y se alejaron muy felices y agradecidos cantando: - 'por fin somos duendecillos elegantes'.
El zapatero y su mujer se alegraron mucho al ver que los duendes se habían llevado su regalo. No volvieron a verles, pero el zapatero continuó trabajando y jamás le faltó un cliente. 
,,,,,,,,,,,,,